Hablar de vida plena es referirse a una vida llena de satisfacción, con metas logradas, experiencias vividas y emociones, que llevan al ser humano a un estado de felicidad duradera y no pasajera, que perdura en el tiempo y que evoluciona constantemente.
Una vida plena alude a un vida vivida por completo, en la cual la persona ha aprendido a conocerse, aceptarse, valorarse, ser feliz con lo que posee y ha aprendido con el pasar del tiempo, está en constante movimiento, por lo cual espera obtener nuevas experiencias cada día y agradecer a Dios y al universo por cada minuto en este mundo.
Se trata de un estado de plenitud en el que se ponen de manifiesto niveles de madurez y autodominio ante diversas situaciones en la vida, en las que definitivamente no hay lugar para resentimientos ni remordimientos.
En este sentido, se entiende que la plenitud de la vida es un estado interior de armonía, paz, equilibrio y amor propio, donde se llevan a cabo las metas propuestas y el éxito viene acompañado de reflexión y superación.